La infertilidad afecta a una proporción significativa de la humanidad y las cifras probablemente estén subestimadas. Lo que está claro es que, en los últimos 20 años ha ido incrementándose. La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que más del 10% de las mujeres tienen infertilidad (mujeres que han permanecido en una relación estable y lo han intentado sin éxito durante cinco años o más).
En estimaciones que utilizan un marco de tiempo de dos años, los valores de prevalencia aumentan. Los informes a nivel mundial son variables pero se estima que hay alrededor de 50 millones de parejas infértiles en el mundo.
En cuanto a los hombres, un informe publicado en la revista “Translational Andrology and Urology”, ha documentado cómo la calidad del esperma ha empeorado progresivamente en los últimos 20 años. Por otro lado, el British Medical Journal, publicaba un estudio que mostraba cómo la media de espermatozoides ha descendido un 45% en cincuenta años.
En lo que también hay consenso es en que nuestra alimentación y estilo de vida están incidiendo en el aumento de la infertilidad y la subfertilidad (fertilidad reducida). La edad cada vez más tardía de la mujer para buscar el embarazo es uno de los factores que está afectando. Según el último informe Eurostat sobre datos de natalidad, España es el país con menor tasa de fertilidad de Europa. Se tienen pocos hijos y se pospone mucho la maternidad. El 60% de las mujeres tienen su primer hijo entre los 30 y los 39 años.
Por otro lado, la creciente toxicidad del medioambiente y de los alimentos que ingerimos, el consumo de fármacos (muchos de ellos también a través de los alimentos animales) y los desequilibrios hormonales (debidos, sobre todo, a los disruptores endocrinos), han disparado los problemas de fertilidad.
Pero como en cualquier problema que tiene que ver con salud, la alimentación es un aspecto fundamental y en el caso de la fertilidad, aparte de iniciar un proceso de detoxificación del organismo, es de vital importancia cuidar los alimentos que ingerimos y asegurarse que están incluidos determinados nutrientes que van a favorecer tanto la concepción como la gestación. La oxidación y la acidificación del organismo van a afectar a la calidad de los óvulos y los espermatozoides y van a complicar mucho la implantación del embrión.
Junto a la detoxificación, sería importante destacar que hay que evitar determinadas sustancias, que si ya de por sí no son saludables para nadie, menos en los casos de problemas de fertilidad. En este sentido, habría que eliminar de la dieta los azúcares y edulcorantes, las harinas refinadas, los metales pesados (que están presentes, por ejemplo, en los pescados grandes o la cosmética), el trigo, las carnes rojas (y en el caso de consumo de las blancas, deberían de ser de producción ecológica), reducir o eliminar los lácteos (y de consumirlos mejor de cabra), la soja y, por supuesto, el alcohol, el tabaco, la cafeína y las drogas en general.
Sin embargo, hay nutrientes que no pueden faltar. “Los ácidos grasos poliinsaturados constituyen uno de los nutrientes imprescindibles a la hora de tratar un proceso de fertilidad”, explica Carmen Salgado, naturópata, licenciada en farmacia y creadora del método de fertilidad natural Repronatur. “El omega-3 (DHA) es muy importante para la maduración del óvulo y luego para el desarrollo de la retina y el cerebro del feto y el omega-6 es necesario para el correcto funcionamiento de las hormonas. Un alimento muy recomendable serían los frutos secos y alguno de ellos, como los anacardos crudos, son especialmente útiles. Pero es muy muy importante que sean crudos y sin sal, si no ya no tienen estas propiedades”. Dentro de este grupo de los que se consideran lípidos, habría que evitar las grasas saturadas y de origen animal ya que alteran el equilibrio de hormonas y minerales.
Las proteínas son muy importantes, sobre todo, cuando ya hay embarazo. Son las que permiten formar la estructura del embrión y el desarrollo del feto, la placenta y otras estructuras como el útero. Es conveniente tomar alimentos ricos en proteínas de origen vegetal como cereales, frutos secos, semillas y legumbres, que aunque son incompletas respecto a los aminoácidos (a no ser que se combinen legumbres y cereales en la misma comida, por ejemplo) generan menos residuos tóxicos.
Los hidratos de carbono aconsejables serían los de asimilación lenta (ricos en fibra para regular la absorción de los azúcares) como las verduras, frutas, cereales integrales o legumbres.
Son también muy importantes los minerales y vitaminas como las del grupo B (entre las que se incluye el ácido fólico, que previene trastornos fetales y mejora la salud de las glándulas sexuales, o la B12, cuyo déficit provoca una disminución del esperma).
La vitamina C participa en la formación de colágeno y tejidos y facilita la absorción del hierro, el cual es necesario a su vez para la formación de sangre, su oxigenación y para incrementar el efecto de la vitamina E. Ésta última es muy importante en la reproducción. Es la vitamina de la fertilidad femenina. Previene y trata el aborto y en el caso del hombre ayuda a la maduración sexual.
La vitamina A es antioxidante y ayuda a la síntesis de progesterona y en la mujer es imprescindible para la síntesis de hormonas sexuales y ayuda a desarrollar la mucosa uterina.
El zinc y el selenio son también importantes. El primero para la calidad y motilidad espermática y de la testosterona. El selenio es fundamental para la fertilidad del hombre ya que se cree que influye en la calidad y motilidad de los espermatozoides. Se encuentra en los cereales integrales, los pescados mariscos y, en menor grado, frutas y verduras, que varía dependiendo de la concentración de los suelos en que se cultivan.
Entrevista de Marta Garandillas a Carmen Salgado.
Publicada en Bioeco actual el 14/01/2019